miércoles, 24 de marzo de 2010

Tetas


Cuántas veces escuché hablar de ellas. La historia empieza así. Había una vez una vecina, del frente de casa, que se operó y comenzó a salir-a-pasear con sus dos nuevas amigas. Caminaba por el barrio sin corpiño ¡Qué mujer atrevida! Luego este tipo de arreglos estéticos, comenzaron a ser moneda corriente y nada sorprendía. En el local del Shopping tres de las ocho vendedoras se habían operado. Todo se equilibró cuando la cuarta decidió unirse al trío. Fue todo un acontecimiento. Se fue sin nada, y llegó con “todo”.Ya era un cuarteto. La cuarta, como no las consideraba suyas, las mostraba como se muestra una cartera, también delante del encargado, que ante mi sorpresa, me contó que este ya era el segundo par que veía. -Todo pasa por el autoestima- dijo algún psicólogo mediático y aconsejó- si la persona se siente mal sólo por ese detalle, tiene que cambiarlo- Buen vendedor. Pensé, inocentemente, que ese trauma femenino puede depositarse en algún otro lugar, y la solución quizá nunca pueda encontrarse. Caras o cuerpos o caras y cuerpos de goma. Me contaron sobre una señora obesa, con una gran delantera que no resultaba atractiva. Entonces, pensé, la cuestión no era tan sencilla y localizada. Entré a la casa de unas niñas, vi sus juguetes: 300 Barbies blancas y rubias en un mueble de 5 pisos. -¿Y los cuentitos?- pregunté. Tenían 20, eran de la colección Barbie. Voy al cumpleaños de mi prima. Observo dedos inquietos, páginas que pasan y pasan. Se trataba de “Revistas de mujeres”. Abro una revista, veo disfraces. Las amigas de mi prima vendían ropitas de caperucita, cenicienta y blanca nieves para mujeres. Nunca voy a olvidar que una vez un compañero en la secundaria me calificó con un 8. Creo que dijo eso porque me faltaba algo, me faltaban dos cosas y unas cuantas más que no supo notar. Ahora ya soy grande, entendí a los golpes cómo funciona la cosa. Cuando me escuchan, a veces digo que algunos hombres, de tanto imaginar y ver películas pornos, cuando se encuentran con la chata realidad, el ojo no entiende, ese ojo que capta la belleza al encontrar ciertos equilibrios en las formas, ese ojo que gusta de mujeres en vestidos y de sus formas cual pista de kartings, de cierto estilo que aquellas mujeres tiene cuando las llevan. Es una postura, una actitud que bien la podemos entender en las publicidades de Quilmes. Otras veces digo, que estoy feliz por no tenerlas, así, tal cual se las impone, por que de esa manera supe que aquellos hombres que estuvieron cerca de mí lo hicieron no porque las tuviese. Frena el colectivo, autos, gomas negras colgando y detrás la imagen de dos niñas como dios las trajo al mundo. Hablando de dios, también vi, qué pena esto de mirar tanto, en la puerta de un colegio católico, unas chicas que bailaban un tanto provocativas, creo que imitaban a Madona. Ya no es maría el ejemplo a seguir.


Hace un tiempo un amigo opinaba que los hombres no quieren mujeres, sino trofeos silenciosos para mostrar. Cuando hablaba del tema, recordé a mi vecina. Todavía no lo encontré al amigo con el trofeo, conservo la fe.

lunes, 22 de marzo de 2010

Cuento con moraleja

Me siento en el auge de mi vida. Soy hermoso, útil, ágil y nuevo en este altillo. Aunque los demás me envidien, desean compartir tiempo conmigo.

Habiendo pasado un mes desde mi llegada, y sin conocer las causas, comencé a ser abandonado paulatinamente. Entonces, ante la desesperación, dejé de lado mi orgullo y en búsqueda de una respuesta, me enfrenté a mis compañeros de altillo. Todos estaban descuidados y heridos, pues su dueño les había asignado un espacio muy reducido para convivir. El enojo generalizado hacia del sonido del lugar, un barullo ensordecedor. Sin embargo, uno de ellos sobresalió de la monotonía y me explicó:
“Todos aquí hemos sido, como vos, alguna vez el chiche nuevo, porque el mercado nos imponía como los mejores. Cada uno tuvo su período de esplendor, que culminó con la aparición de otro que, en apariencia, lo superaba. Así, pasamos a ser olvidados. Al principio, cuando éramos pocos, nos amontonaban en un rincón. Luego, cuando comenzaron a ofrecerse muchísimos juguetes al mismo tiempo, terminamos viviendo en la caja. Cada vez éramos más y más. Nuestro dueño nunca se detuvo, al menos, en alguno de nosotros, lo guía un juego de competencias, donde la cantidad se impone a su elección. Hoy, nuestra única salvación es alguna donación. Ellas calman culpas por el egoísmo material y también calman nuestra necesidad de cariño” .Los escuché, nos entendimos.

Asombrado por explicación de ese peluche, de esa caja, de ese altillo, retrocedí, aceleré y salté hacia la caja. Preferí, en todo caso, esperar junto a ellos el leve gesto de la salvación, aceptando mi condición de juguete olvidado.