miércoles, 23 de diciembre de 2009

Democracia

Estimados miembros de la comisión del barrio El Zorzal:

Llegó a mi domicilio una carta advirtiendo las penalizaciones que tendrá mi familia al permitir que mi perra Mara pasee por el barrio sin correa. Comprendo, en general, las normas del barrio y, en particular, aquella que explica porqué los perros no deberían pasear sin correa: no es democrático que sólo anden libremente las mascotas de los dueños olvidadizos o despreocupados. Además podrían asustar a los vecinos con una mirada amenazante o un inofensivo ladrido, morder a cualquier caminante o, peor aún, clavar sus filosas dentaduras en las ruedas cercanas a las relucientes llantas.

Almas infantiles, en noches de desvelo, se interrogan insistentes por qué no pueden sus perros andar sin correa y la del vecino sí ¡Justicia! Lo comprendo y por eso juzgo mis razones como insuficientes. Mi perra no muerde, disfruta de caminatas, así como las sombras de árboles y las caricias aventureras. Es callejera, se crió en un barrio donde los perros - además de hacerse milanesa- caminan junto a las moscas que los rodean, por calles terrosas, juegan en las zanjas, persiguen perras en celo, toman sol, muestran sus dentaduras, corren y hacen pipi. En cambio, sueltos los higiénicos perros cagarían veredas y jardines ajenos.

Las normas de convivencia interna son razonables. Sin embargo, habría que detenerse en los beneficios y perjuicios de ese raciocinio. Hace unos días, observé un perro paseando por la terrosa colectora. Después, percibí un auto y un perro muerto. Las coloridas zapatillas que observan a mi perra dentro del perímetro del barrio, por fuera prefieren el menú de la muerte. Tan habilidosos para detectar el peligro en sus intestinos, como torpes para descifrarlo por fuera de sus narices.


Julieta Belén Ruano, hija del vecino del Lote 39.

2 comentarios:

  1. Tenía un perro que vivió muchos años a cielo abierto. Sólo volvía para comer y dormir. Era una perra brava, no mordía pero se la bancaba lindo. Cada vez que volvíamos a la noche, las vecinas me daban el parte del día: a tu perro lo atropelló un auto, dio mil vueltas y salió como si nada. También superó una especie de embolia en el cerebro, y vivió siete meses más. Cuando pusimos rejas en la casa (convirtiendo el sitio en un barrio privado para mi mascota) se terminó el cuento. Todo se volvió aburrido. Los límites siempre reclaman cierta caducidad existencial. Por eso nuestras vidas son tan intrascendentes y Lars Von Trier la pegó con "Dogville".

    Por cierto, la perra se llamaba Keity y todavía la extraño. Brindo por Mara y "que se maten los forros", diría Charly. Disfrutá de tu celosa perrita.

    En cuanto al texto, no me queda mucho por agregar, Julia. Tenés potencial y coraje para decir lo que los latidos de tu espíritu te imponen. No son pocas cosas. Será hermoso volver a leerte y darte mis torpes opiniones.

    No recuerdo si te dije que te quiero. Por las dudas, lo repito: te quiero y te admiro mucho. Diego

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  2. Caso de inclusión y exclusión (libertad-encierro) canina: toda una temática que alude a aquella visión foucaultiana del poder sobre los cuerpos.
    Los animales, evidentemente, también sufren limitaciones de índole espacial..

    Qué bueno volver a leer algo tuyo.

    EV

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