martes, 30 de noviembre de 2010

Afuera

.A través de una ventana, de una pared sin terminar, en una casa abandonada descubro cuerpos en movimiento
huelo carne a la parrilla
veo, en el cielo, una pelota saltar
escucho gritos, escucho cumbia

alguna vez hice lo mismo, entré a quintas, e hice burbujas de cloro desde el fondo de olvidadas piletas

alguna vez jugué al voley y quebré mi muñeca

alguna vez escuché y bailé cumbia

hoy, frente a mí, un mundo al cual ya no pertenezco.

Quisiera disfrazarme. Me vestiría de entrecasa y escondería en un rodete mi pelo rubio.

Quisiera tirar la lapicera, romper mis anteojos, atravesar la ligustrina y entrar al campito


Firma: un sapo

domingo, 7 de noviembre de 2010

Potatoes

La cáscara marrón cubría a las papas. La cocinera no quiso pelarlas antes de hervirlas. Quien quisiese comer tendría que elegir

No es lo mismo comer puré que comer papas cortadas en cuadraditos. No es lo mismo el todo que una parte del todo, papa pelada o papa sin pelar

¿Quién se toma “el trabajo” de desnudar poco a poco a la papa, de descubrirla, de liberarla para que su naturaleza amarilla no se oculte?

Yo misma he visto cómo multitudes se atragantaban con papas marrones sin importar si estaban crudas y cocidas.

jueves, 12 de agosto de 2010

Silencios

Me acosté. La habitación estaba oscura. Arriba brillaban las estrellas. Sabía que eran engañosos pedazos de un plástico, que brilla en la oscuridad, pegados sobre las maderas del techo de mi cuarto. Aún así, creí que esas estrellas eran estrellas y que no había techo. Cuando volví a sentir mi habitación comprendí que Flor está enamorada: había pegado todas las estrellas de a dos.

Recordé la experiencia de Cata en su colectivo “…son todos curiosos, cuando alguien sube, todos le clavan los ojos, ¿vos no lo haces?...” le respondí que casi nunca, por vergüenza, y ella siguió “…Me senté al lado de un chico que me gustó. Trataba de arreglar mi monedero, ese con forma de ratón y al chico le llamé la atención, me miraba. Cuando terminé de arreglarlo, en silencio, acerqué un poquito mis manos al chico y, como quien no quiere la cosa, le mostré, abriendo y cerrando el monedero, que el ratoncito ya estaba arreglado…” Me pareció divertido y quise copiar la valentía de Cata. Un día elegí sentarme frente a un chico que me gustó. No quería intentar una conversación, sólo lo espié y reí sola. Él lo notó, me observó y sentí vergüenza, me escapé por la ventanilla que tenía a mi izquierda y encontré, a la distancia de una mano, otro colectivo y dentro de él, otros pasajeros con similares comportamientos a los pasajeros de mi colectivo; pero a ellos, separados por dos vidrios (el de mi colectivo y el del colectivo de ellos), era más fácil mirarlos. Miré a una señora comiendo un sándwich, no me preocupó cuando me descubrió pues no compartíamos coche y jamás volvería a cruzármela.

“A nadie le importa lo que hagas, Julieta” Y es cierto, pero, aún así, el otro día me preocupó muchísimo aquel sector al aire libre que quedaba entre la terminación de mis calzas y el comienzo de las botas. Era medio centímetro de piel al aire libre que no me parecía pertinente en invierno. No podía parar de reír imaginando que alguien descubriría esas líneas de piel. Y nadie las vió.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Pasito

Romina vive en una ciudad. Camina, como los demás, al compás de aquello que marca el ritmo en las calles y veredas. No se sabe con certeza qué es lo que marca ese compás. Algunos dicen que son los semáforos; otros, que nadie quiere llegar tarde a su trabajo y que el cambio de luces rápido en los semáforos obedece al deseo de las personas; unos pocos opinan que cada ciudadano vive a su antojo, que los que quieren vivir lento pueden madrugar, pero la realidad es que choques, accidentes y tráfico los demoran más allá de cualquier iniciativa personal. Sigue siendo un misterio el porqué.

Un día Romina dejó de caminar con ese ritmo orgánico. Comenzó a perder colectivos; los semáforos cambiaban de color cuando ella estaba en medio de alguna avenida; olvidaba en locales productos que compraba; llegaba tarde a su trabajo porque antes daba dos o tres vueltas despreocupadas en el mismo transporte; golpeaba puertas ajenas; luego de despedirse de alguna amiga, tocaba el timbre de la casa de ella sólo para decirle que la quería y sin siquiera pasar un segundo volvía a tocarlo con el mismo fin; abrazaba cariñosamente a vendedoras callejeras de medias o moños; para bajar escaleras subía y bajaba los escalones de manera impredecible, lo cual causaba pisotones y manchas en zapatos o zapatillas ajenas; antes de ir al supermercado del frente de su casa daba vueltas alrededor de la misma manzana tres o cuatro veces, cada vuelta en una dirección contraria, y luego hacía las compras. En fin, su ritmo le trajo algunos problemas: los conductores la insultaban en las avenidas; sus amigas ya no le habrían la puerta; quienes bajaban la escalera cerca de ella la tildaban de infantil; los colectiveros la creían loca. Comenzó a sentirse angustiada.

Al tiempo Romina notó que no era la única que, en vez de caminar, bailaba lo que sentía. Otros comenzaron a copiar su manera de proceder: cada paso dado era posterior a algún sentimiento. Desde ese momento en esa ciudad ya no existe la sistemática caminata ni las masivas corridas.

Dicen que bailando es más fácil conocer a los demás pues en cada baile se expresa una personalidad. Dicen que las personas de esa ciudad, ya no se reúnen para moverse sino para descansar de sus infinitos bailes y compartir los silencios con los bailarines alguna vez conocidos en alguna calle, en alguna vereda, en alguna escalera o en alguna avenida. Sólo en esos momentos para, allí, el movimiento y el ruido.

lunes, 19 de julio de 2010

Llueve; entonces, Llueve

A veces llueve fuerte, la tormenta cae de golpe y termina pronto. Contuvo, durante mucho tiempo, la respiración y, por fin, exhaló; Se detuvo, luego de mucho pensar dio enérgico su primer paso; Pintó, sin detenerse, un circulo rojo infinito hasta que su mano rompió el crayón. La abuela se hizo pis.

Otras veces llueve continuo, la distancia entre gota y gota casi es la misma. Para formar los alumnos se dividen entre nenas y nenes y las dos filas avanzan a la sala donde cada uno tiene su lugar; El abuelo era abogado, el padre también, el hijo eligió abogacía; Leía el diario, leía en su tiempo libre, leía porque estudiaba, leía y siempre se sentaba en la silla dándole la espalda a la ventana. Las mujeres golpeaban a una abuela por haberles quitado la mesa en donde ellas siempre se sentaban.

Llueve y quiero subir a un colectivo en el que viaje un perro sin pagar boleto, quiero perderme y sentir que me confundo. Intuyo que luego, sin saber bien cómo, llegaré.

martes, 18 de mayo de 2010

Detalles

El sábado tomó un baño caliente, espumoso y con aroma a vainilla. Secó su pelo, lo planchó y colocó en él una ampolla de lino. Pintó las uñas con medialunas blancas en la puntas. Ocultó, con una máscara líquida del color de su piel, ojeras y sutiles imperfecciones del rostro. Las manos, quizá apiadándose de sus nervios, no temblaron. Contorneó, con un delineador negro, el marco de sus ojos; eligió una barra blanca para los párpados; estiró las pestañas; colocó rojo en los labios y espolvoreó rosa en los pómulos. Miró su rostro en el espejo. Había olvidado las perlas en las orejas. Vistió el vestido de raso negro y cerró la última bota, cerró el último cierre. Las casi invisibles gotas del perfume cayeron débiles en el cuello. El aire queriendo entrar por la garganta angosta. Abrió la puerta. Tres veces las botas chocaron en las baldosas. Se acomodó en las sábanas.

sábado, 15 de mayo de 2010

Sentidos

no le importaban las cosas, si las personas, Cada vez que salía de la casa de algún ser querido, ataba, sin que aquel lo notase, la punta de un hilo de lana, un cordón, una cinta, un cable, o una rama blanda de árbol a la pata de uno de sus mueble y la otra punta la llevaba en su mano; Así, todas las puertas quedaban levemente abiertas, Al verlas, los Dueños-de-casa se quejaban Quién dejó la puerta abierta Tienen cola larga Viven en carpa, Nadie había sido, Dueño-de-casa, cerca de la puerta, notaba algo, algo que impedía cerrar la puerta, agachado, en cuatro patas y con la cabeza estiradísima hacia abajo veía el hilo, el cordón, la cinta, el cable, o la rama blanda de árbol, Dueño-de-casa, sorprendido, gateaba, dentro de su casa, siguiendo el hilo hasta toparse con el origen o el fin de aquel delgado elemento, tan firmemente agarrado a su mueble que no podía desatarlo y con la costumbre el enojo pasaba, no así la certidumbre de dónde terminaría aquel hilo, si es que terminaba o dónde comenzaría, si es que comenzaba; El señor llevaba en sus manos tantas puntas como pelos lleva la cabeza, pero tenía la habilidad del pasea-perros, del vendedor de globos, Los hilos se mezclaban, rozaban, chocaban, abrazaban pero nunca se anudaban, La cinta rosa y el cable jugaban, Las ramas de árboles ya no creían artificiales a los demás, Todos miraban las manos, nadie miraba la punta eterna. Un día un Dueño-de-casa miró y descubrió a El señor Qué hace señor Paseo con mis recuerdos Y porqué no los visita

viernes, 7 de mayo de 2010

Den la cara

Raspó el barro de la ventana y una cáscara marrón murió en su pantalón. Leyó en los vidrios sucios autógrafos anónimos de quienes viven la aventura de viajar en colectivo.

Algunas rodillas estaban flexionadas; otras, extendidas. Las múltiples líneas que dibujaban invisiblemente el espacio de cada uno fueron desapareciendo con el pasar de las paradas. Ahora son una masa que se hubiese cocinado si el calor humano fuese más que una simple metáfora.

Olió transpiración. Vio un auto, enfrentado a su único límite: el rojo del semáforo. Amarillo. Verde.

martes, 20 de abril de 2010

¿De qué depende que algo te sea aburrido?

La tierra fue violada. Los felices asfaltaron el camino pedroso, levantaron sus casas y edificaron un prolijo ghetto. Hoy, conviven mosquitos y caniche-toys. El polvo gravita amenazante alrededor de la pulcra paranoia.

Los “civilizados” se aíslan, de manera ficticia, de la “barbarie” vecina con barreras, alambres, cámaras y guardias. Desean exclusividad, son masa. Viven en terrenos separados prolijamente, próximos en un estilo de vida. Viven más fuera que dentro: las casas están hechas de vidrios, todo comportamiento es, en tanto existe un ojo ajeno. No hace falta imaginar mucho con tanta expresividad material.

Una familia festeja junto a sus amigos. Algunos cuerpos tirados, sudan coco y se zambullen en agua, cloro y aceite; otros, gritan; otros, comen asado. El sonido que emiten los cuerpos al caer en la pileta, la música fuerte y los gritos; conforman una melodía que acompaña a los vecinos durante el feliz domingo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Tetas


Cuántas veces escuché hablar de ellas. La historia empieza así. Había una vez una vecina, del frente de casa, que se operó y comenzó a salir-a-pasear con sus dos nuevas amigas. Caminaba por el barrio sin corpiño ¡Qué mujer atrevida! Luego este tipo de arreglos estéticos, comenzaron a ser moneda corriente y nada sorprendía. En el local del Shopping tres de las ocho vendedoras se habían operado. Todo se equilibró cuando la cuarta decidió unirse al trío. Fue todo un acontecimiento. Se fue sin nada, y llegó con “todo”.Ya era un cuarteto. La cuarta, como no las consideraba suyas, las mostraba como se muestra una cartera, también delante del encargado, que ante mi sorpresa, me contó que este ya era el segundo par que veía. -Todo pasa por el autoestima- dijo algún psicólogo mediático y aconsejó- si la persona se siente mal sólo por ese detalle, tiene que cambiarlo- Buen vendedor. Pensé, inocentemente, que ese trauma femenino puede depositarse en algún otro lugar, y la solución quizá nunca pueda encontrarse. Caras o cuerpos o caras y cuerpos de goma. Me contaron sobre una señora obesa, con una gran delantera que no resultaba atractiva. Entonces, pensé, la cuestión no era tan sencilla y localizada. Entré a la casa de unas niñas, vi sus juguetes: 300 Barbies blancas y rubias en un mueble de 5 pisos. -¿Y los cuentitos?- pregunté. Tenían 20, eran de la colección Barbie. Voy al cumpleaños de mi prima. Observo dedos inquietos, páginas que pasan y pasan. Se trataba de “Revistas de mujeres”. Abro una revista, veo disfraces. Las amigas de mi prima vendían ropitas de caperucita, cenicienta y blanca nieves para mujeres. Nunca voy a olvidar que una vez un compañero en la secundaria me calificó con un 8. Creo que dijo eso porque me faltaba algo, me faltaban dos cosas y unas cuantas más que no supo notar. Ahora ya soy grande, entendí a los golpes cómo funciona la cosa. Cuando me escuchan, a veces digo que algunos hombres, de tanto imaginar y ver películas pornos, cuando se encuentran con la chata realidad, el ojo no entiende, ese ojo que capta la belleza al encontrar ciertos equilibrios en las formas, ese ojo que gusta de mujeres en vestidos y de sus formas cual pista de kartings, de cierto estilo que aquellas mujeres tiene cuando las llevan. Es una postura, una actitud que bien la podemos entender en las publicidades de Quilmes. Otras veces digo, que estoy feliz por no tenerlas, así, tal cual se las impone, por que de esa manera supe que aquellos hombres que estuvieron cerca de mí lo hicieron no porque las tuviese. Frena el colectivo, autos, gomas negras colgando y detrás la imagen de dos niñas como dios las trajo al mundo. Hablando de dios, también vi, qué pena esto de mirar tanto, en la puerta de un colegio católico, unas chicas que bailaban un tanto provocativas, creo que imitaban a Madona. Ya no es maría el ejemplo a seguir.


Hace un tiempo un amigo opinaba que los hombres no quieren mujeres, sino trofeos silenciosos para mostrar. Cuando hablaba del tema, recordé a mi vecina. Todavía no lo encontré al amigo con el trofeo, conservo la fe.

lunes, 22 de marzo de 2010

Cuento con moraleja

Me siento en el auge de mi vida. Soy hermoso, útil, ágil y nuevo en este altillo. Aunque los demás me envidien, desean compartir tiempo conmigo.

Habiendo pasado un mes desde mi llegada, y sin conocer las causas, comencé a ser abandonado paulatinamente. Entonces, ante la desesperación, dejé de lado mi orgullo y en búsqueda de una respuesta, me enfrenté a mis compañeros de altillo. Todos estaban descuidados y heridos, pues su dueño les había asignado un espacio muy reducido para convivir. El enojo generalizado hacia del sonido del lugar, un barullo ensordecedor. Sin embargo, uno de ellos sobresalió de la monotonía y me explicó:
“Todos aquí hemos sido, como vos, alguna vez el chiche nuevo, porque el mercado nos imponía como los mejores. Cada uno tuvo su período de esplendor, que culminó con la aparición de otro que, en apariencia, lo superaba. Así, pasamos a ser olvidados. Al principio, cuando éramos pocos, nos amontonaban en un rincón. Luego, cuando comenzaron a ofrecerse muchísimos juguetes al mismo tiempo, terminamos viviendo en la caja. Cada vez éramos más y más. Nuestro dueño nunca se detuvo, al menos, en alguno de nosotros, lo guía un juego de competencias, donde la cantidad se impone a su elección. Hoy, nuestra única salvación es alguna donación. Ellas calman culpas por el egoísmo material y también calman nuestra necesidad de cariño” .Los escuché, nos entendimos.

Asombrado por explicación de ese peluche, de esa caja, de ese altillo, retrocedí, aceleré y salté hacia la caja. Preferí, en todo caso, esperar junto a ellos el leve gesto de la salvación, aceptando mi condición de juguete olvidado.

viernes, 26 de febrero de 2010

Sobre viajes

Junto con el comienzo de la primavera, asoma una chicharrita que, desde la copa de su árbol, deja caer una excrecencia viscosa. El insecto clava sus patas en el tronco y con vigor penetra su aparato bucal para chupar gran cantidad de savia. La chicharrita es glotona por naturaleza. Cuando termina la ingesta, expele por el ano el excedente de savia en forma de gotas transparentes, densas e higiénicas, que mueren sobre aquellos que descansan en la sombra del árbol.

Temeroso a lo distinto, el hombre se entrega a la rutina. Pero sumergido en la costumbre descubre que se aburre. Si bien siente que es él quien elige cómo vivir, lo niega y echa culpa de su tedio al lugar, a otras personas, a un conjunto indeterminado de cosas que lo rodean. Tiene esperanzas, piensa que si cerca está el problema, entonces deberá viajar. Sin embargo, el hastío está dentro suyo, lo siente y lo evita. El viaje no es más que una escapatoria frustrada. A través del viaje, el hombre que siente un vacío busca encontrar un estado de embriaguez. Cuando cree conseguirlo, no lo puede sostener pues es efímero.

Algunos viajes se reducen a un ir-y-venir sin sentido. En ese caso, la realidad sería un futuro de sentimientos prefigurados, mediada por el hospedaje, la comida y desconocidos felices. Un pasado que termina en el olvido. El hombre estándar viaja a un paraíso vacacional, donde la gente no elige aburrirse. Lejos de su vida cotidiana, el aburrimiento queda justificado dentro de la regla del ocio.

El viajero estándar dice donde va y de donde vuelve, pega stickers en su auto, muestra fotos, regala alfajores derretidos. Compra y vende la felicidad. Como buen vendedor, evita señalar aquellas características sombrías del viaje. Este tipo de viaje imita al mundo Disney, ese mundo inocente, carente de riesgos. Al regresar, el viajero trae discursos floridos y souvenirs. Al tiempo, el chocolate del viaje se derrite. Lo que se pretende como real es apenas una fantasía.

Dice Raymond Williams en “Estructuras del sentir”: "El poder innegable de dos grandes sistemas ideológicos- el sistema estético y el sistema psicológico- es, irónicamente sistemáticamente derivado de estos sentidos, de estas acepciones de instancia y proceso, donde la experiencia, el sentimiento inmediato y luego la subjetividad y la personalidad resultan nuevamente generalizados y reunidos."

La cita de Williams nos sirve para pensar que no hay viaje sin imaginación, ni con la realidad imaginada de los que venden y compran viajes. La leve mirada que el hombre da sobre los pequeños dilemas cotidianos, queda inevitablemente inserta en los grandes problemas humanos. Creyendo lo contrario, avistamos de manera acotada y no por ello carente del valor.

El hombre pequeño imagina con intensidad su vida, sus problemas y cómo dejar de sufrir. También las ciencias imaginan y diagnostican al hombre enfermo. Le crean causas, síntomas y remedios. Pero, el hombre debería incluirse en el proceso de curación para encontrar respuesta a su crisis. Puede que las ciencias planteen estructuras y generalidades humanas; en cambio, no dan cuenta de las "pequeñas" diferencias que dan forma al sujeto.

Pero hay otro tipo de viaje. El hombre en crisis viaja internamente hacia el equilibrio con su cuerpo, de su cuerpo en un lugar. De su cuerpo en un lugar y con otros. El recorrido del viaje empieza en lo incómodo y termina cuando el hombre encuentra el camino del aprendizaje. Cuando está en crisis no huye de sí, se observa con desencanto, se cuestiona, se escucha, escucha, acepta y rechaza respuestas. Se toca donde duele. No busca un cambio sino una resignificación de lo aparentemente feo, lo rechazado. Paradójicamente, siente placer.

Lejos y cerca se puede sentir verdadero placer, si es acompañado de cambios internos paralelos. No es necesario viajar mucho ni consumir para ser feliz. Como la chicharrilla, el hombre es glotón sin necesidad. Defeca aquello que no necesita para sobrevivir, pero que su espíritu glotón reclama. Hay una necesidad natural e individual que no podrá ser entendida si no se tiene en cuenta que los sentimientos existen en una relación dialéctica con el pensamiento.

Cuando el hombre se comporta como chicharrita, sugiere la idea de que sólo la cantidad lo llevaría al placer. Ambos succionan gran cantidad de savia y ambos terminan despidiendo un excedente que nunca necesitaron. Son glotones y egoístas. En la búsqueda de placer, imaginan una necesidad que nunca podrán calmar. Imaginan una satisfacción, viajan de una necesidad a otra. El hombre que viaja sólo territorialmente pretende eliminar la lógica de su espacio y tiempo, porque siente que no le pertenece. Supone que aquello que necesita está en el encuentro con lo desconocido. Y lo que hay afuera es no más que un mundo en venta.

El hombre que toma más savia por glotón estará condenado a expulsar constantemente algo ajeno. Su cuerpo será un paraje desolado. Su cuerpo será un recipiente que habrá de llenarlo con aquello que no necesita: hospedaje, comida, desconocidos felices y discursos floridos sobre una realidad de ficción.

Dos ficciones que se enfrentan: la del hombre en búsqueda del equilibrio interno y aquella otra que, húmeda de savia, se le resbala de los dedos, pues es completamente ajena a él. La primera, es la del viajero que imagina cómo curarse. Este tipo de viajero evalúa, resignifica y acepta como parte suya sus aspectos negativos.

Es mejor, desde una mirada interna, abrirse al mundo que está afuera y no sólo al que está en venta. Perder la timidez para entrar en contacto con el otro. Ese otro que nos querrá a partir de lo que somos y no de nuestra imagen. Este es el recorrido del que viaja y renace al mismo tiempo.

jueves, 25 de febrero de 2010

Atardecer

Salió a correr. Sólo lo acompañaba el sonido de sus pisadas. Luego de bordear un trigal apareció, de frente, el sol anaranjado, cansado de brillar. Un círculo inmenso próximo al horizonte. El cuerpo fogoso caía lentamente, el corredor pensaba, lo interrumpió una pregunta: porqué corría. La naturaleza calma y el reloj pulsera que resbalaba con el sudor, cuyas agujas determinaron que a las seis y cuarto el sol se esfumó por completo.

jueves, 18 de febrero de 2010

Tiempos

Un click, una abuela con alzhéimer que no escucha, una frenada de auto, el atardecer, 64 metros de agua, una siesta, una mirada, relatar la historia de uno, un mensaje de texto, dormir la siesta, un llamado, estudiar, un vaso de vidrio que cae.

¿Por qué sucede todo tan rápido? ¿Qué nos apura? ¿Quién se detiene?
No es fácil esperar y despreocuparse si el tiempo no existe
No es fácil pensar que todo lo que uno busca, también lo está buscando a uno.
¿Qué se hace con la nada?

martes, 16 de febrero de 2010

Imágenes que hacen pensar

La conquista en un futuro ¿Quién conquista a quién? ¿Cómo? Imagino qué idea de futuro tendrá esa película. Me la recomendaron por que le gustó a Evo Morales. Hace poco pasé por Bolivia, una ciudad fronteriza, Villazon. El futuro típico que plantean las escasas películas que veo está ligado a la ciencia, tecnología, armas y robots, es una convención, pero nunca pierdo la esperanza de que se rompa. Imagino el futuro parecido a una idea mía del pasado, humanos animalizados y luchas sociales por el hambre. Villazon es una ciudad comercial, inquieta y olorosa. Entre las tiendas baratas se huele una mezcla de coca, sudor y comidas raras. Sentí a los bolivianos trabajadores, pasionales, fuertes, sumisos y enojadizos. En varias circunstancias, aunque no pude escuchar, el lenguaje corporal de algunas personas me evidenció peleas cotidianas hechas de gestos y sonidos exagerados. Vi personas comprando ansiosamente objetos de la industria norteña: guantes, bufandas, gorros, mantas, sweaters y vi objetos muy baratos que, según dicen, se producen en la paz y llegan a todo el norte argentino, para que luego de unas vacaciones, el turista regrese a donde vive, los use y los muestre. Los diseños coloridos hicieron afirmar a Florencia que los bolivianos son artistas. Vi un chancho cruzando la calle y un mono domesticado. El futuro planteado en la película, siguió la convención. La conquista la querían realizar hombres científicos y hombres del ejércitos, impacientes, fríos, rápidos, calculadores. Un Marín, el personaje principal, era el espía de los “otros”: Los Na'vi, seres comparables con indios,entre otras cosas, por los lazos que tenían con la naturaleza. Los científicos necesitaron al marin para investigarlos. El espía dio toda la información que debía dar para que los hombres del ejército comenzaran la conquista, pero en el momento de la lucha, se arrepintió y se paso de bando. Lucharon las flechas, los animales, los hombres animalizados y la naturaleza contra robots, helicópteros y hombres con armas de fuego ¿Quién ganó? Murieron personas de los dos bandos. El espía, caso anómalo, pasó de ser un espía occidental a defender la vida en comunidad, en contacto con el otro y con la pacha mama. Falló la conquista.
Una imagen del norte, una conquista real en el pasado: el sol quiebra aún más la tierra reseca y curte la piel de los indios. Cuelgan de sus cuerpos trapos holgados, cómodos para correr entre las cañas. Ahora descansan apoyados en el tronco hueco. La blancura de sus ropas contrasta con la tez oscura, que brilla con el sol. Uno de ellos está sentado. Debajo del techo de la mano se esconden las expresiones del indio, quizá de cansancio. Su mano lastimada todavía tiene fuerza para sostener la cabeza, las yemas de sus dedos oprimen su frente y algunos mechones oscuros y grasosos allí pegados. La otra mano tamborilea en el tronco hueco; su mirada baila esa melodía pero la garganta seca no canta. El indio espera ansioso llegar a su choza aunque deberá volver al ingenio azucarero. Sin embargo, en la choza no habrá crema capaz de sanar la piel. El otro indio casi no está. Sus ojos congelados denotan su ausencia mental. Tanto la mirada como la boca encierran algo. Los labios se aprietan violentos y los siguen, con la misma actitud, las arrugas imperceptibles. Dentro de ese cuerpo hermético deambulan recuerdos, quizá de tiempos mejores en los que al menos se vivía. Los indios en ese estado de insomnio no notaron la llegada de los héroes, aquellos hombres extranjeros. No escucharon las pisadas arrogantes ni los disparos de sus mentones al cielo. Aquellos hombres llegaron y rompieron con libertades ajenas en nombre de la libertad misma.
Será mejor ver películas y soñar que vencimos al enemigo.

domingo, 17 de enero de 2010

Allí

Verde y celeste
carteras, artesanos, puestitos
tranquilidad, silencio
la mujer y sus tortas fritas, el hombre y su agua que pela
un puente peatonal que cruza el dique, sus camalotes, su barco abandonado
reggaeton, un perro terroso
la curva, el pescador y el sol que cae
dos personas sentadas
mate, tortas fritas y mosquitos
los pájaros vuelan, cantan
el pescador pescó, las dos personas se besaron
azul.