viernes, 7 de mayo de 2010

Den la cara

Raspó el barro de la ventana y una cáscara marrón murió en su pantalón. Leyó en los vidrios sucios autógrafos anónimos de quienes viven la aventura de viajar en colectivo.

Algunas rodillas estaban flexionadas; otras, extendidas. Las múltiples líneas que dibujaban invisiblemente el espacio de cada uno fueron desapareciendo con el pasar de las paradas. Ahora son una masa que se hubiese cocinado si el calor humano fuese más que una simple metáfora.

Olió transpiración. Vio un auto, enfrentado a su único límite: el rojo del semáforo. Amarillo. Verde.

3 comentarios:

  1. Hola Hola Juli, aquí de nuevo...

    Estaba esperando con ansias que publiques algo en tu blog. Lamento decir que no estoy inspirado en estos días, es más, desde los últimos comentarios que te escribí, no pude escribir nada, ni una palabra... Por suerte, ver este texto tuyo me devuelve las ganas de decir con palabras escritas, lo que así mismo te diría con mi voz...

    Este pequeño relato que has escrito logró conmoverme, no porque sea un relato triste, sino porque me dejo con un gusto extraño en el final, me dejó con ganas de leer más. Voy a decirlo más a secas: “Virtual” me maravilló, tanto, que le hice una continuación. Pero no me sentía con el derecho de publicar una continuación de Tu texto sin Tu consentimiento; por eso te pregunto: ¿te gustaría que publique en tu blog, mi continuación a tu precioso relato?

    Un gran abrazo, Juanma

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  2. Juan, no te preocupes por la inspiración, en realidad adoro los silencios

    Para escribir el cuento del perro (el del paso del tiempo), que comentaste en mi blog, ¿Te inspiraste en algo real?
    Tus comentarios, los analizo detalladamente y no siempre puedo responderlos. Me quedo reflexionando…

    Me encantaría ver ese final Juan. Los textos existen para manosearlos.

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  3. Pensó: “¿Qué será mi verde en el semáforo? ¿Qué será mi amarillo, mi rojo?”
    Se llevó a la boca un caramelo ácido, de esos que tienen forma rectangular, y que tantos recuerdos le trae de su primer día de escuela, cuando robó dos del frasco de aquél Kiosco cerca de su casa. “¿Estará el kiosco ése todavía?” El paladar se le empapó con el sabor a Frutilla del caramelo. “¡Qué delicia son éstos!”, se dijo mientras veía en otro colectivo, un poco más atrás, a un payaso tocando la guitarra frente a un montón de personas que lo ignoraban. Un parpadeo. Empujó el caramelo hacia le otro costado de su boca. Su espalda se apoyó en el respaldo del asiento cuando el colectivo rujió al arrancar. Volvió a leer la superficie del cristal a su lado, pero la luz del sol inesperadamente apareció por detrás de una esquina, y le cegó los ojos causándole un delicioso y tibio dolor en la frente. Al intentar ver de nuevo a través del vidrio, descubrió tres pequeñas burbujas que yacían dentro, entre ambos límites del cristal grisáceo.
    “¿Son burbujas?”, le susurró a su repentino reflejo, “parecen pequeñas gotitas de lluvia que se olvidaron de evaporarse”. Miró el reflejo de su rostro durante unos segundos, también veía las burbujas, y también veía los garabatos y autógrafos que esculpían la superficie del vidrio. También vio alejarse al payaso en el otro colectivo.
    En el momento de intentar abstraer todo lo que veía, se topó con su firma en el cristal, debajo de la manija rota. Amarillo. Rojo.

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