miércoles, 4 de agosto de 2010

Pasito

Romina vive en una ciudad. Camina, como los demás, al compás de aquello que marca el ritmo en las calles y veredas. No se sabe con certeza qué es lo que marca ese compás. Algunos dicen que son los semáforos; otros, que nadie quiere llegar tarde a su trabajo y que el cambio de luces rápido en los semáforos obedece al deseo de las personas; unos pocos opinan que cada ciudadano vive a su antojo, que los que quieren vivir lento pueden madrugar, pero la realidad es que choques, accidentes y tráfico los demoran más allá de cualquier iniciativa personal. Sigue siendo un misterio el porqué.

Un día Romina dejó de caminar con ese ritmo orgánico. Comenzó a perder colectivos; los semáforos cambiaban de color cuando ella estaba en medio de alguna avenida; olvidaba en locales productos que compraba; llegaba tarde a su trabajo porque antes daba dos o tres vueltas despreocupadas en el mismo transporte; golpeaba puertas ajenas; luego de despedirse de alguna amiga, tocaba el timbre de la casa de ella sólo para decirle que la quería y sin siquiera pasar un segundo volvía a tocarlo con el mismo fin; abrazaba cariñosamente a vendedoras callejeras de medias o moños; para bajar escaleras subía y bajaba los escalones de manera impredecible, lo cual causaba pisotones y manchas en zapatos o zapatillas ajenas; antes de ir al supermercado del frente de su casa daba vueltas alrededor de la misma manzana tres o cuatro veces, cada vuelta en una dirección contraria, y luego hacía las compras. En fin, su ritmo le trajo algunos problemas: los conductores la insultaban en las avenidas; sus amigas ya no le habrían la puerta; quienes bajaban la escalera cerca de ella la tildaban de infantil; los colectiveros la creían loca. Comenzó a sentirse angustiada.

Al tiempo Romina notó que no era la única que, en vez de caminar, bailaba lo que sentía. Otros comenzaron a copiar su manera de proceder: cada paso dado era posterior a algún sentimiento. Desde ese momento en esa ciudad ya no existe la sistemática caminata ni las masivas corridas.

Dicen que bailando es más fácil conocer a los demás pues en cada baile se expresa una personalidad. Dicen que las personas de esa ciudad, ya no se reúnen para moverse sino para descansar de sus infinitos bailes y compartir los silencios con los bailarines alguna vez conocidos en alguna calle, en alguna vereda, en alguna escalera o en alguna avenida. Sólo en esos momentos para, allí, el movimiento y el ruido.

2 comentarios:

  1. Hola Juli… JEJEJEJEJEJE (Sonrisa Irónica)

    Este es un muy lindo relato, Juli, realmente; me gustó de principio a fin. Me gustó porque cuenta una historia muy interesante, que podría dar lugar a jugosas reflexiones. Mientras lo leía, una sonrisa se me fue dibujando a medida que avanzaba en el texto, y una vez finalizada la lectura, me dí cuenta de que tal sonrisa, al menos, significaba dos cosas:
    1) Uno de los significados de esa sonrisa que se me dibujó en el rostro, fue simplemente la risa que provoca el humor. El relato tiene un tono de humor muy agradable, Juli, te felicito; me fue gracioso pensar que las personas hagan lo que hizo Romina. Me imaginé caminando en la ciudad como hago muchas veces, y de pronto ver a una “Romina” “bailando lo que sentía” sin ningún tipo de pudor, en medio de Av. Rivadavia y Av. Acoyte, jejejejeje, ¡¡qué bueno!!
    2) Pero el otro significado de ésa sonrisa es un poco más complejo. Con ésa sonrisa, también sentí lo que a veces sentimos cuando nos acusan de algo, y nos reímos al respecto por tratarse de algo que hacemos, pero que no queremos reconocer. En este caso, no se me dibujó la sonrisa por hacer en la calle, cosas como las que hizo “Romina”, y no querer reconocerlo, sino por hacer las cosas que Romina dejó de hacer.
    Una decepcionante imagen se me vino a la mente, al compás de ésa sonrisa que de pronto trataba desesperadamente de excusarme: yo mismo, caminando al unísono por Av. De Mayo, respondiendo a los semáforos, e ignorando a los demás individuos. Yo mismo, subiendo las escaleras rápido, yo mismo siendo una respuesta de la máquina social que nos envuelve de forma irrevocable, yo mismo, siendo el ritmo de ésa máquina.

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  2. Usualmente digo lo siguiente: “Hay algo más superfluo que anhelar ser lo que somos por siempre…, anhelar ser lo que somos, por el menor tiempo posible.”
    Ahora bien, ¿es correcto anhelar ser lo que somos, por el menor tiempo posible? Podríamos doblar la apuesta: ¿Es posible hacer tal cosa?
    Si con anhelar pretendemos cambiar las cosas, estamos sin querer, tomando un camino infructuoso, tomando un camino, que en vez de conducirnos, nos detiene, que en vez de lanzarnos hacia un cambio, nos mantiene en la persistencia de la quietud que tan mal nos hace, tantas veces.
    El problema, no es que todos parezcamos robots, y que las personas que viven en la ciudad, constituyan el ejemplo mas acabado de una coreografía tristemente perfecta; el problema, es que las personas nos queremos parecer a los robots, y que la gran ciudad, constituya el único hábitat al que se aspira, por ser el mas idóneo para la conducta sin espíritu, para el amor sin amor, y para el trabajo sin oficio ni vocación.
    Creo que es cierto que bailando es mas fácil conocer a otro, pero quizá, precisamente por eso, pocos quieran hacerlo, y menos aún, intentarlo; quizá es precisamente por eso, que las personas sean cada vez más uniformes en su manera de actuar, de vestir, de hablar, de comprar, de llorar… ¿Quién llora hoy por un atardecer? ¿Quién le regala hoy una palabra a alguien?
    Yo te regalo una palabra, Juli: repletoloblicuodelmarturbulento

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