A veces llueve fuerte, la tormenta cae de golpe y termina pronto. Contuvo, durante mucho tiempo, la respiración y, por fin, exhaló; Se detuvo, luego de mucho pensar dio enérgico su primer paso; Pintó, sin detenerse, un circulo rojo infinito hasta que su mano rompió el crayón. La abuela se hizo pis.
Otras veces llueve continuo, la distancia entre gota y gota casi es la misma. Para formar los alumnos se dividen entre nenas y nenes y las dos filas avanzan a la sala donde cada uno tiene su lugar; El abuelo era abogado, el padre también, el hijo eligió abogacía; Leía el diario, leía en su tiempo libre, leía porque estudiaba, leía y siempre se sentaba en la silla dándole la espalda a la ventana. Las mujeres golpeaban a una abuela por haberles quitado la mesa en donde ellas siempre se sentaban.
Llueve y quiero subir a un colectivo en el que viaje un perro sin pagar boleto, quiero perderme y sentir que me confundo. Intuyo que luego, sin saber bien cómo, llegaré.
lunes, 19 de julio de 2010
martes, 18 de mayo de 2010
Detalles
El sábado tomó un baño caliente, espumoso y con aroma a vainilla. Secó su pelo, lo planchó y colocó en él una ampolla de lino. Pintó las uñas con medialunas blancas en la puntas. Ocultó, con una máscara líquida del color de su piel, ojeras y sutiles imperfecciones del rostro. Las manos, quizá apiadándose de sus nervios, no temblaron. Contorneó, con un delineador negro, el marco de sus ojos; eligió una barra blanca para los párpados; estiró las pestañas; colocó rojo en los labios y espolvoreó rosa en los pómulos. Miró su rostro en el espejo. Había olvidado las perlas en las orejas. Vistió el vestido de raso negro y cerró la última bota, cerró el último cierre. Las casi invisibles gotas del perfume cayeron débiles en el cuello. El aire queriendo entrar por la garganta angosta. Abrió la puerta. Tres veces las botas chocaron en las baldosas. Se acomodó en las sábanas.
sábado, 15 de mayo de 2010
Sentidos
no le importaban las cosas, si las personas, Cada vez que salía de la casa de algún ser querido, ataba, sin que aquel lo notase, la punta de un hilo de lana, un cordón, una cinta, un cable, o una rama blanda de árbol a la pata de uno de sus mueble y la otra punta la llevaba en su mano; Así, todas las puertas quedaban levemente abiertas, Al verlas, los Dueños-de-casa se quejaban Quién dejó la puerta abierta Tienen cola larga Viven en carpa, Nadie había sido, Dueño-de-casa, cerca de la puerta, notaba algo, algo que impedía cerrar la puerta, agachado, en cuatro patas y con la cabeza estiradísima hacia abajo veía el hilo, el cordón, la cinta, el cable, o la rama blanda de árbol, Dueño-de-casa, sorprendido, gateaba, dentro de su casa, siguiendo el hilo hasta toparse con el origen o el fin de aquel delgado elemento, tan firmemente agarrado a su mueble que no podía desatarlo y con la costumbre el enojo pasaba, no así la certidumbre de dónde terminaría aquel hilo, si es que terminaba o dónde comenzaría, si es que comenzaba; El señor llevaba en sus manos tantas puntas como pelos lleva la cabeza, pero tenía la habilidad del pasea-perros, del vendedor de globos, Los hilos se mezclaban, rozaban, chocaban, abrazaban pero nunca se anudaban, La cinta rosa y el cable jugaban, Las ramas de árboles ya no creían artificiales a los demás, Todos miraban las manos, nadie miraba la punta eterna. Un día un Dueño-de-casa miró y descubrió a El señor Qué hace señor Paseo con mis recuerdos Y porqué no los visita
viernes, 7 de mayo de 2010
Den la cara
Raspó el barro de la ventana y una cáscara marrón murió en su pantalón. Leyó en los vidrios sucios autógrafos anónimos de quienes viven la aventura de viajar en colectivo.
Algunas rodillas estaban flexionadas; otras, extendidas. Las múltiples líneas que dibujaban invisiblemente el espacio de cada uno fueron desapareciendo con el pasar de las paradas. Ahora son una masa que se hubiese cocinado si el calor humano fuese más que una simple metáfora.
Olió transpiración. Vio un auto, enfrentado a su único límite: el rojo del semáforo. Amarillo. Verde.
Algunas rodillas estaban flexionadas; otras, extendidas. Las múltiples líneas que dibujaban invisiblemente el espacio de cada uno fueron desapareciendo con el pasar de las paradas. Ahora son una masa que se hubiese cocinado si el calor humano fuese más que una simple metáfora.
Olió transpiración. Vio un auto, enfrentado a su único límite: el rojo del semáforo. Amarillo. Verde.
martes, 20 de abril de 2010
¿De qué depende que algo te sea aburrido?
La tierra fue violada. Los felices asfaltaron el camino pedroso, levantaron sus casas y edificaron un prolijo ghetto. Hoy, conviven mosquitos y caniche-toys. El polvo gravita amenazante alrededor de la pulcra paranoia.
Los “civilizados” se aíslan, de manera ficticia, de la “barbarie” vecina con barreras, alambres, cámaras y guardias. Desean exclusividad, son masa. Viven en terrenos separados prolijamente, próximos en un estilo de vida. Viven más fuera que dentro: las casas están hechas de vidrios, todo comportamiento es, en tanto existe un ojo ajeno. No hace falta imaginar mucho con tanta expresividad material.
Una familia festeja junto a sus amigos. Algunos cuerpos tirados, sudan coco y se zambullen en agua, cloro y aceite; otros, gritan; otros, comen asado. El sonido que emiten los cuerpos al caer en la pileta, la música fuerte y los gritos; conforman una melodía que acompaña a los vecinos durante el feliz domingo.
Los “civilizados” se aíslan, de manera ficticia, de la “barbarie” vecina con barreras, alambres, cámaras y guardias. Desean exclusividad, son masa. Viven en terrenos separados prolijamente, próximos en un estilo de vida. Viven más fuera que dentro: las casas están hechas de vidrios, todo comportamiento es, en tanto existe un ojo ajeno. No hace falta imaginar mucho con tanta expresividad material.
Una familia festeja junto a sus amigos. Algunos cuerpos tirados, sudan coco y se zambullen en agua, cloro y aceite; otros, gritan; otros, comen asado. El sonido que emiten los cuerpos al caer en la pileta, la música fuerte y los gritos; conforman una melodía que acompaña a los vecinos durante el feliz domingo.
miércoles, 24 de marzo de 2010
Tetas

Cuántas veces escuché hablar de ellas. La historia empieza así. Había una vez una vecina, del frente de casa, que se operó y comenzó a salir-a-pasear con sus dos nuevas amigas. Caminaba por el barrio sin corpiño ¡Qué mujer atrevida! Luego este tipo de arreglos estéticos, comenzaron a ser moneda corriente y nada sorprendía. En el local del Shopping tres de las ocho vendedoras se habían operado. Todo se equilibró cuando la cuarta decidió unirse al trío. Fue todo un acontecimiento. Se fue sin nada, y llegó con “todo”.Ya era un cuarteto. La cuarta, como no las consideraba suyas, las mostraba como se muestra una cartera, también delante del encargado, que ante mi sorpresa, me contó que este ya era el segundo par que veía. -Todo pasa por el autoestima- dijo algún psicólogo mediático y aconsejó- si la persona se siente mal sólo por ese detalle, tiene que cambiarlo- Buen vendedor. Pensé, inocentemente, que ese trauma femenino puede depositarse en algún otro lugar, y la solución quizá nunca pueda encontrarse. Caras o cuerpos o caras y cuerpos de goma. Me contaron sobre una señora obesa, con una gran delantera que no resultaba atractiva. Entonces, pensé, la cuestión no era tan sencilla y localizada. Entré a la casa de unas niñas, vi sus juguetes: 300 Barbies blancas y rubias en un mueble de 5 pisos. -¿Y los cuentitos?- pregunté. Tenían 20, eran de la colección Barbie. Voy al cumpleaños de mi prima. Observo dedos inquietos, páginas que pasan y pasan. Se trataba de “Revistas de mujeres”. Abro una revista, veo disfraces. Las amigas de mi prima vendían ropitas de caperucita, cenicienta y blanca nieves para mujeres. Nunca voy a olvidar que una vez un compañero en la secundaria me calificó con un 8. Creo que dijo eso porque me faltaba algo, me faltaban dos cosas y unas cuantas más que no supo notar. Ahora ya soy grande, entendí a los golpes cómo funciona la cosa. Cuando me escuchan, a veces digo que algunos hombres, de tanto imaginar y ver películas pornos, cuando se encuentran con la chata realidad, el ojo no entiende, ese ojo que capta la belleza al encontrar ciertos equilibrios en las formas, ese ojo que gusta de mujeres en vestidos y de sus formas cual pista de kartings, de cierto estilo que aquellas mujeres tiene cuando las llevan. Es una postura, una actitud que bien la podemos entender en las publicidades de Quilmes. Otras veces digo, que estoy feliz por no tenerlas, así, tal cual se las impone, por que de esa manera supe que aquellos hombres que estuvieron cerca de mí lo hicieron no porque las tuviese. Frena el colectivo, autos, gomas negras colgando y detrás la imagen de dos niñas como dios las trajo al mundo. Hablando de dios, también vi, qué pena esto de mirar tanto, en la puerta de un colegio católico, unas chicas que bailaban un tanto provocativas, creo que imitaban a Madona. Ya no es maría el ejemplo a seguir.
Hace un tiempo un amigo opinaba que los hombres no quieren mujeres, sino trofeos silenciosos para mostrar. Cuando hablaba del tema, recordé a mi vecina. Todavía no lo encontré al amigo con el trofeo, conservo la fe.
lunes, 22 de marzo de 2010
Cuento con moraleja
Me siento en el auge de mi vida. Soy hermoso, útil, ágil y nuevo en este altillo. Aunque los demás me envidien, desean compartir tiempo conmigo.
Habiendo pasado un mes desde mi llegada, y sin conocer las causas, comencé a ser abandonado paulatinamente. Entonces, ante la desesperación, dejé de lado mi orgullo y en búsqueda de una respuesta, me enfrenté a mis compañeros de altillo. Todos estaban descuidados y heridos, pues su dueño les había asignado un espacio muy reducido para convivir. El enojo generalizado hacia del sonido del lugar, un barullo ensordecedor. Sin embargo, uno de ellos sobresalió de la monotonía y me explicó:
“Todos aquí hemos sido, como vos, alguna vez el chiche nuevo, porque el mercado nos imponía como los mejores. Cada uno tuvo su período de esplendor, que culminó con la aparición de otro que, en apariencia, lo superaba. Así, pasamos a ser olvidados. Al principio, cuando éramos pocos, nos amontonaban en un rincón. Luego, cuando comenzaron a ofrecerse muchísimos juguetes al mismo tiempo, terminamos viviendo en la caja. Cada vez éramos más y más. Nuestro dueño nunca se detuvo, al menos, en alguno de nosotros, lo guía un juego de competencias, donde la cantidad se impone a su elección. Hoy, nuestra única salvación es alguna donación. Ellas calman culpas por el egoísmo material y también calman nuestra necesidad de cariño” .Los escuché, nos entendimos.
Asombrado por explicación de ese peluche, de esa caja, de ese altillo, retrocedí, aceleré y salté hacia la caja. Preferí, en todo caso, esperar junto a ellos el leve gesto de la salvación, aceptando mi condición de juguete olvidado.
Habiendo pasado un mes desde mi llegada, y sin conocer las causas, comencé a ser abandonado paulatinamente. Entonces, ante la desesperación, dejé de lado mi orgullo y en búsqueda de una respuesta, me enfrenté a mis compañeros de altillo. Todos estaban descuidados y heridos, pues su dueño les había asignado un espacio muy reducido para convivir. El enojo generalizado hacia del sonido del lugar, un barullo ensordecedor. Sin embargo, uno de ellos sobresalió de la monotonía y me explicó:
“Todos aquí hemos sido, como vos, alguna vez el chiche nuevo, porque el mercado nos imponía como los mejores. Cada uno tuvo su período de esplendor, que culminó con la aparición de otro que, en apariencia, lo superaba. Así, pasamos a ser olvidados. Al principio, cuando éramos pocos, nos amontonaban en un rincón. Luego, cuando comenzaron a ofrecerse muchísimos juguetes al mismo tiempo, terminamos viviendo en la caja. Cada vez éramos más y más. Nuestro dueño nunca se detuvo, al menos, en alguno de nosotros, lo guía un juego de competencias, donde la cantidad se impone a su elección. Hoy, nuestra única salvación es alguna donación. Ellas calman culpas por el egoísmo material y también calman nuestra necesidad de cariño” .Los escuché, nos entendimos.
Asombrado por explicación de ese peluche, de esa caja, de ese altillo, retrocedí, aceleré y salté hacia la caja. Preferí, en todo caso, esperar junto a ellos el leve gesto de la salvación, aceptando mi condición de juguete olvidado.
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